Entre Rimas y Esperpentos: El Velo de la Brujería y el Más Allá

 


¿Qué tienen en común un poeta romántico sevillano y un escritor modernista gallego? Aunque vivieron en épocas distintas, Adolfo Bécquer y Ramón del Valle-Inclán compartieron una fascinación por un mundo que la razón no podía explicar: el de lo oculto, el espiritismo y la brujería. Sus obras no solo hablan de amor y de sociedad, sino que también nos abren una puerta a un universo de misterios y creencias ancestrales.

Bécquer: El Susurro de las Sombras

Bécquer, figura clave del romanticismo tardío español, no se limitó a la melancolía del amor perdido; su obra explora los rincones más oscuros de la mente y la tradición popular. En sus Leyendas, el poeta sevillano rescata y reinventa relatos de origen medieval, cargados de una atmósfera gótica y misteriosa. No son simples cuentos de fantasmas, sino exploraciones de la magia, lo sagrado y lo profano.

El ocultismo en Bécquer no es un estudio esotérico, sino una manifestación de la fuerza primigenia y desconocida que opera en la naturaleza y en el alma humana. Historias como "El Monte de las Ánimas" o "El Rayo de Luna" son testimonio de esta fascinación. En ellas, los protagonistas no solo se enfrentan a espectros, sino a fuerzas incomprensibles que desafían la lógica. Las apariciones no son solo sustos; son manifestaciones de una realidad paralela y sombría que coexiste con el mundo visible. En "El Monte de las Ánimas", la noche de Todos los Santos se convierte en un portal donde los espíritus de los muertos regresan para reclamar venganza, una creencia popular que Bécquer eleva a la categoría de mito literario. Otro ejemplo de vengaza es "La leyenda del Beso", que por ser una de mis favoritos y de mi hermana de alma Lorena, dejo a continuación una explicación sobre ella. 

"La leyenda del beso" 

Ambientada en Toledo, narra la historia de un capitán que, tras embriagarse con sus compañeros, se acerca a una estatua de una dama para besarla, creyendo que así calmaría su dolor. La estatua, perteneciente a Doña Elvira de Castañeda, reacciona de forma sobrenatural, golpeando al capitán y haciéndolo sangrar, revelando la ira de los difuntos ante la profanación de su descanso.




El espiritismo, en pleno auge en Europa en el siglo XIX, también resuena en la obra de Becquer. Aunque no hay un manifiesto explícito sobre el tema, la presencia de almas errantes y la comunicación entre los vivos y los muertos, aunque sea de forma trágica, se halla como tema principal de sus narraciones. Sus fantasmas no son caricaturas; son presencias etéreas y cargadas de dolor que persisten más allá de la muerte.

La brujería, por su parte, aparece en las Leyendas como una fuerza ancestral, a menudo ligada a la mujer y a la naturaleza indomable. Las hechiceras de Bécquer, como las de "El Gnomo", no son figuras malignas, sino guardianas de saberes antiguos y de un poder que la razón no puede contener. Son un eco de la tradición oral, donde la magia era parte integral de la vida rural y de la vida popular.



Un caso relevante es su conexión con el pueblo de Trasmoz, en la comarca de Tarazona y el Moncayo (Zaragoza). Bécquer visitó el Moncayo en 1864 y quedó fascinado por las leyendas y el ambiente del lugar. Trasmoz, en particular, era un pueblo maldito y excomulgado desde el siglo XIII, conocido por ser un nido de brujas y aquelarres. La iglesia de Trasmoz, tras una disputa con el Monasterio de Veruela, fue excomulgada y el pueblo entero fue objeto de supersticiones. Bécquer se inspiró en estas historias para escribir varias de sus leyendas, como "La Promesa", "La Cueva de la Mora" y, de manera más directa, "Las Brujas de Trasmoz", una de las leyendas perdidas de Bécquer. Aunque el texto original se ha perdido, la historia del pueblo y su fama de brujería perviven en sus escritos.





Valle-Inclán: Del Esoterismo Simbolista al Misticismo Lucianesco

Valle-Inclán, puente entre el modernismo y las vanguardias, llevó esta fascinación por lo oculto a un nuevo nivel. Su obra, multifacética, muestra una evolución desde un esteticismo simbolista, impregnado de un misticismo pagano, hasta una visión desencantada y grotesca que culminó en el esperpento. Sin embargo, en todo su recorrido, la presencia de lo esotérico es constante.

El ocultismo en Valle-Inclán es una búsqueda de un conocimiento trascendente, una conexión con lo que él mismo llamó el "misterio de la vida". En su primera etapa, en obras como las Sonatas, la figura del Marqués de Bradomín se mueve en un mundo de apariencias y rituales sutiles. El simbolismo de la muerte y la belleza decadente está imbuido de una sensibilidad esotérica. El Marqués, un dandy y cínico, es también un observador de lo sobrenatural, testigo de presencias y premoniciones.


El espiritismo cobró una importancia central en la vida y obra de Valle-Inclán, quien se interesó profundamente por las doctrinas de Allan Kardec y la teosofía de Helena Blavatsky. Él mismo participó en sesiones de espiritismo y se consideraba un médium. Esta experiencia vital se filtró en sus textos. En "La Lámpara Maravillosa", el autor expone una teoría estética y espiritual basada en la inmortalidad del arte y la transmigración de las almas. Para Valle-Inclán, la obra de arte es una ventana al más allá, y el artista es un visionario capaz de captar la esencia de lo invisible. Esta obra, un ensayo en forma de meditación, es un manifiesto de su creencia en un universo místico donde el tiempo es cíclico y las almas regresan.


La brujería, en Valle-Inclán, toma un cariz más folklórico y ancestral. Las brujas de "Divinas Palabras" y otros relatos no son solo figuras míticas, sino personajes vivos, enraizados en la cultura gallega, que usan la magia como una forma de poder y supervivencia. El esperpento de Valle-Inclán, aunque critica la realidad de España, utiliza el lenguaje y las imágenes de la brujería y lo ritual para deformar y parodiar la realidad, mostrando un mundo habitado por espectros grotescos y fuerzas oscuras.



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